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La respuesta a un profesor que no entendió la nueva revolución que vivimos.

En esta entrada encontraremos la respuesta de un alumno del profesor indignado que se molestó por el constante uso que actualmente tienen los jóvenes del celular y aparatos electrónicos, pues
tras la viralización de un texto viejo que criticaba las actitudes de los alumnos del siglo XXI, pudimos encontrar la respuesta que escribió en su momento un estudiante que participó en una de las clases que le acabó la paciencia a Leonardo Haberkorn.

Y es que padres y profesores de generaciones de Baby Boomers y de los primeros “Gen X” les cuesta trabajo ( Como le costó a nuestros abuelos aceptar que usar un computador no sirve solo para jugar videojuegos) aceptar que el mundo cambia y que la forma en la que medimos actualmente el coeficiente intelectual y la forma en que podemos avanzar como país y como humanidad es muy diferente a como se medía y como se podía avanzar hace casi un siglo.

Pero previo a revisar la carta del estudiante, analicemos ¿Cómo será una clase en el 2030? (Universia). La clase contará con nuevas tecnologías según los expertos en pedagogía. Esta tecnología contribuirá a la experimentación de los estudiantes en un entorno más democrático, la realidad virtual y el constante cambio entre dispositivos y aplicaciones durante la clase es algo que es seguro, el que sepa usarlos destacará.

Un espacio abierto, pensado para el desarrollo de las ideas y el trabajo en equipo, así será la clase del 2030. Las nuevas tecnologías tendrán un hueco para que los alumnos puedan tener una educación abierta y de calidad y donde el uso de dispositivos será permanente. (Las molestias que tienen  los profesores nacidos en los 70s y antes a las interrupciones porque un estudiante esta mirando su celular o su computador no existirán más) Internet también tendrá cabida permanente en la clase del 2030. Gracias a las redes muchas clases podrán darse de modo virtual aunque la interacción entre alumno y profesor seguirá siendo necesaria.

 

Pero qué le respondió el alumno Tomás Gaeta a Leonardo Haberkorn luego de su carta de renuncia por la forma de ser de los actuales estudiantes en clase:  ( Ver el texto de Leonardo Haberkorn al final de esta entrada)

 

Aquí, la carta completa:

El Desinformante

Con los recientes episodios que tuvieron a Leonardo Haberkorn como protagonista, escribo esta nota con el único fin de informar y mostrar el punto de vista del otro protagonista que no tuvo la chance de poder expresarse: yo , estudiante.

Quiero dejar en claro lo mucho que disfruté el curso que nos dio. A propósito de eso , el curso se llama “Introducción al Periodismo”, y como lo dice el nombre, éste pretende introducir al estudiante del ciclo básico de comunicación en el apasionante mundo del periodismo. Es decir, el estudiante tiene que comprender lo básico de la redacción del género periodístico. ¿Éste fue un detalle que olvidó mencionar? No lo creo. Demás está decir que tuve buenas calificaciones y que incluso lo llegué a citar como un referente en otros trabajos para otras materias. Así que, como verán, no tengo ningún tipo de rencor hacia él por haber tergiversado los hechos que desacreditaron mi calidad de estudiante y la de mis compañeros.

Pero mostró lo que es con esa nota, solo que muchos no se dieron cuenta. Todos aquellos seguidores del periodista, que se lanzaron a opinar y a insultarnos, que escribieron largos comentarios en Facebook o en el blog, hicieron mal. ¿Por qué? Porque les faltan elementos.

Admito antes de que sigan leyendo que en las últimas clases no estuve cien por ciento concentrado. Aun así no me siento responsable por la drástica decisión del docente en renunciar. No soy ese estudiante desinteresado en su curso que está endemoniado por las redes sociales. Ni tampoco soy comparable al protagonista de La naranja mecánica como dice él. En lo absoluto.

En primer lugar, hay que ver qué concepto de cultura Haberkorn tiene, o mejor dicho, qué espera de un estudiante de segundo semestre de la licenciatura de comunicación.

Nos califica de “desinformados” por no haber leído a Mario Vargas Llosa. Si, la verdad es que solo leí parte del ensayo “La civilización del espectáculo” para un trabajo de redacción, pero no me considero un inculto por eso. Ni considero que la mayoría de mis compañeros sean incultos.

Leí a García Márquez, a Paco Espínola, a Hemingway, a Luis Sepúlveda y a muchos más. Pero no escribí este texto para presumir. Además, no soy ninguna excepción. Mis compañeros también leen. Ese “bache que los muchachos arrastran”, como se puede leer en su segunda nota de aclaración, no nos atañe en lo absoluto. Y si ese bache existe como tal, entonces creo que es su deber hacer lo que estaba haciendo (con éxito), motivándonos a conocer el periodismo y su importancia en una sociedad democrática como la nuestra.

En segundo lugar, la decisión que Haberkorn tomó no fue la de un docente responsable y renombrado, sino la de un profesor frustrado que no supo cómo manejar los problemas que todos los docentes de secundaria y de universidad tienen: el uso de los celulares dentro del salón de clase.

No, no leí a Vargas Llosa. Leí a García Márquez, a Paco Espínola,

a Hemingway, a Luis Sepúlveda y a muchos más”.

Él no planteó sus inquietudes a la Universidad para intentar solucionar el problema del que tanto habló en su blog. Anunció que iba a dejar el cargo y al día siguiente escribió su artículo.

Todos sabemos que Leonardo es un excelente periodista y un escritor con una gran trayectoria. Eso está claro y no se discute. Parece sin embargo que la sed por escribir algo novedoso en su blog y ser parte de la agenda mediática fue más grande que uno de los mayores principios del periodismo: poner a la fuente en su contexto. Por ejemplo: el caso de una compañera de clase que fue citada por Haberkorn por haber traído una noticia que afirmaba que los quioscos vendían diarios y revistas. En primer lugar, la noticia no decía eso : lo sé porque la leí. En segundo lugar, el docente no mencionó que esa tarea fue para la primera clase, instancia en la cual nunca explicó el método para redactar la noticia.

Perdón, pero no me creo eso que me dijo hace unos días : “no pensé que iba a salir en tantos lados”. Alguien como él sabe lo que los medios quieren en su agenda y que casi nadie lee la segunda nota de aclaración que escribió. El daño ya está hecho.

Recuerdo varios debates interesante en clase. Lo más curioso es que cuando surgieron algunas dudas sobre temas de actualidad, tales como el conflicto en Siria, el docente se mostró gentil y nos subió materiales al grupo que tenemos en Facebook con el fin de informarnos y alimentar nuestro espíritu crítico. Pero a la hora de escribir en su blog, puso que nadie supo explicar el conflicto en Siria. Entendí luego que se refería a su otro grupo, lo cual me hizo enojar aun más. Es decir: el docente tomó los “peores casos” de cada clase para armar su texto.

El docente tomó los ‘peores casos’

de cada clase para armar su texto”.

El curso de Introducción al periodismo me enseñó muchas cosas. Pero nunca pensé aprender tanto luego de que éste terminara. Comprendí que Haberkorn quiere lo mismo que todos los docentes quieren de nosotros: convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos y aspirar siempre a la excelencia. Quizás no encontró los medios para hacernos ver esto. Pero ahora lo comprendo. Capaz no entendió que la docencia, como todo, es un proceso, y como tal, exige paciencia y perseverancia de ambas partes.

El mismo profesor que nos incitó a rebelarnos contra lo injusto fue la misma persona que me llevó a escribir esto. Así que gracias, Leo.

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Carta del Profesor:

Con mi música y la Falacci a otra parte

Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.

No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún
día a dictar clases en una licenciatura en periodismo.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook.  Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.

Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante
muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa
de recibir selfies.

Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.

Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de
lado durante 90 minutos –aunque más no fuera para no ser maleducados–
todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya
desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero
hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo
ofensivo e hiriente que es lo que hacen.

Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo
ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.

Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en
20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no
tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo
estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les
pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde
el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?

¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.

Haberkorn lamenta que los jóvenes no pueden dejar el celular, ni aun en clase

Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es
como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no
existen los vegetales.

Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos.
Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó
de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más
o menos lo mismo.

No quiero ser parte de ese círculo perverso.
Nunca fui así y no lo seré.

Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.
Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase
grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso
a un témpano.

Este año, proyectando la película ‘El Informante’, sobre
dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el
salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.

¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que
aguantarme las lágrimas!

También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la
vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente:
primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de
las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana
se sentó frente al dictador.

Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de
una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: “¡Si quieren
venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!“.

Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la
mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.

Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando
su Facebook. Todo el año estuvo igual.

Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.

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